Publicado el agosto 17, 2024

La clave de un jardín resiliente no es el mantenimiento constante, sino la creación de un ecosistema que se gestiona a sí mismo.

  • El verdadero poder reside bajo tierra, en la red de hongos micorrícicos que alimenta y protege a tus plantas mucho mejor que cualquier fertilizante.
  • «Malas hierbas» y «plagas» se reinterpretan como bioindicadores y actores clave en un sistema equilibrado que se auto-fertiliza y defiende.

Recomendación: Cambia tu rol de «jardinero» a «facilitador de ecosistemas»: observa, comprende y apoya los ciclos naturales en lugar de luchar contra ellos.

Muchos amantes de la jardinería sueñan con un espacio vibrante, lleno de vida, pero se encuentran atrapados en un ciclo de trabajo constante: fertilizar, regar, podar y combatir plagas. La visión de un paraíso natural se convierte a menudo en una lista de tareas interminable. El enfoque convencional nos ha enseñado a controlar la naturaleza, a imponer un orden estético y a ver cualquier desviación como un problema a erradicar. Compramos fertilizantes para suplir lo que falta en el suelo y pesticidas para eliminar lo que sobra.

Pero, ¿y si el secreto de un jardín próspero y autorregulado no estuviera en añadir más productos o trabajar más duro, sino en hacer menos y comprender más? ¿Y si la verdadera clave fuera abandonar la mentalidad de control para adoptar un rol de colaborador? Este es el pilar de la jardinería regenerativa: un cambio de paradigma que ve el jardín no como un objeto a mantener, sino como un ecosistema vivo al que guiar. Se trata de entender los procesos invisibles que sustentan la vida, como la simbiosis subterránea de los hongos o la dinámica natural entre depredadores y presas.

Este artículo no es una lista más de «buenas prácticas». Es una inmersión en la filosofía de la auto-regulación. Exploraremos por qué la vida bajo el suelo es más importante que los nutrientes que añadimos, cómo el «desorden» de la hojarasca es en realidad el motor de la fertilidad y cuándo la mejor acción es, simplemente, no hacer nada. A través de estos principios, aprenderás a catalizar los procesos naturales para que tu jardín, con el tiempo, trabaje para ti, convirtiéndose en un refugio de biodiversidad resiliente y autónomo.

A lo largo de las siguientes secciones, desglosaremos los principios fundamentales que te permitirán pasar de ser un jardinero-obrero a un jardinero-director de orquesta, afinando las complejas interacciones de tu propio ecosistema. Descubre cómo cada elemento, desde un seto hasta una hoja caída, juega un papel crucial en esta sinfonía natural.

¿Por qué los hongos bajo tierra son más importantes para tus plantas que cualquier fertilizante químico?

La jardinería convencional nos ha enseñado a mirar hacia arriba: a las hojas, las flores y los frutos. Sin embargo, la verdadera revolución ocurre bajo nuestros pies. El suelo no es un simple soporte inerte, sino un universo vibrante donde la red micorrízica, una vasta red de hongos filamentosos, actúa como un sistema circulatorio y nervioso para todo el jardín. Estos hongos forman una simbiosis con las raíces de las plantas, extendiendo su alcance de manera exponencial. A cambio de los azúcares que la planta produce mediante la fotosíntesis, los hongos exploran el suelo y transportan agua y nutrientes esenciales como el fósforo y el nitrógeno, haciéndolos disponibles para la planta de una forma mucho más eficiente que cualquier fertilizante de síntesis.

El impacto de esta alianza es profundo. No solo mejora la nutrición, sino que aumenta drásticamente la resiliencia de las plantas. Estudios demuestran que la simbiosis puede generar hasta un 30% más de retención hídrica en la zona radicular, una ventaja crucial en los secos veranos de España. Esta red también protege a las plantas de patógenos del suelo y mejora la estructura del mismo, creando agregados que previenen la compactación y la erosión. El uso de fertilizantes químicos, irónicamente, a menudo inhibe o destruye esta red fúngica, haciendo que las plantas se vuelvan «adictas» y dependientes de aportes externos.

Caso práctico: Jardines xerófitos en zonas áridas de España

En zonas áridas de España, se ha documentado que jardines xerófitos inoculados con micorrizas específicas logran reducir el consumo de agua hasta un 70% en comparación con métodos tradicionales. La combinación de especies autóctonas adaptadas a la sequía, como la lavanda o el romero, con sus socios fúngicos nativos permite que las plantas no solo sobrevivan, sino que prosperen durante los veranos secos con riegos mínimos. Esto crea microhábitats resilientes que, a su vez, favorecen la biodiversidad local al ofrecer refugio y alimento de manera sostenible.

Fomentar esta red subterránea es más una cuestión de no hacer que de hacer: evitar labrar el suelo innecesariamente, limitar al máximo los fertilizantes sintéticos y fungicidas, y aportar materia orgánica como compost o humus de lombriz, que sirven de alimento para toda esta microbiología beneficiosa. Al hacerlo, pasamos de «alimentar a la planta» a «alimentar al suelo que alimenta a la planta», un cambio fundamental para un jardín autónomo.

¿Cómo compostar in situ para devolver los nutrientes a la tierra sin mover carretillas?

La idea del compostaje a menudo evoca imágenes de grandes cajones de madera, pilas que hay que voltear y el esfuerzo de transportar el compost maduro por todo el jardín. Si bien este método es válido, la naturaleza nos ofrece un modelo mucho más eficiente y sin esfuerzo: la auto-fertilización. En un bosque, nadie recoge las hojas caídas ni voltea el suelo del bosque. La materia orgánica simplemente cae, se descompone donde está y nutre directamente la tierra que la sustenta. Podemos replicar este proceso en nuestro jardín mediante técnicas como el compostaje en superficie o el «chop and drop» (cortar y dejar caer).

Este método consiste en dejar los restos de poda, las hojas secas y las «malas hierbas» directamente sobre el suelo, alrededor de nuestras plantas, formando una capa de mantillo o «mulch». Esta capa cumple múltiples funciones: protege el suelo de la erosión y la compactación, mantiene la humedad reduciendo la necesidad de riego, regula la temperatura y, lo más importante, se descompone lentamente liberando nutrientes de forma gradual. Esto alimenta a la red de vida del suelo, desde las lombrices hasta los microorganismos, que son los verdaderos artífices de la fertilidad.

Sistema de compostaje in situ con capas de materia orgánica en descomposición

En lugar de ver las hierbas adventicias como enemigos, podemos verlas como «abonos verdes dinámicos». Plantas como la consuelda, la borraja o las ortigas son excelentes acumuladoras de minerales. Al cortarlas antes de que produzcan semillas y dejarlas en el suelo, devolvemos esos nutrientes concentrados justo donde se necesitan. Este enfoque cierra el ciclo de nutrientes dentro del propio jardín, eliminando la dependencia de fertilizantes externos y el trabajo físico de mover materiales de un lado a otro.

En mi jardín mediterráneo, las ortigas y la borraja que antes consideraba malas hierbas, ahora las corto y dejo sobre el suelo. Son fertilizantes verdes dinámicos que se descomponen directamente, creando mantillo de calidad sin ningún esfuerzo de transporte. Es el proceso natural de auto-fertilización del bosque aplicado al jardín.

– Fernando Nájera, paisajista especializado

Adoptar el compostaje in situ es un acto de confianza en los procesos naturales. Requiere un cambio estético, aceptando un aspecto más «salvaje» y menos «ordenado», pero los beneficios en salud del suelo, ahorro de agua y resiliencia de las plantas son inmensos. Es la forma más inteligente de trabajar: dejar que la naturaleza haga el trabajo pesado por nosotros.

Seto de especies autóctonas o muro de hormigón: ¿Cuál protege mejor tu microclima y privacidad?

Al delimitar una propiedad, la elección más común y aparentemente «libre de mantenimiento» es el muro de hormigón. Sin embargo, desde una perspectiva regenerativa, un muro es una estructura muerta que fragmenta el paisaje y crea problemas. Acumula calor en verano, convirtiendo el jardín en un horno, y genera turbulencias de viento en lugar de frenarlo suavemente. Por el contrario, un seto vivo de especies autóctonas es una pieza de arquitectura paisajística viva: una estructura dinámica que ofrece múltiples beneficios ecosistémicos mientras cumple su función de dar privacidad y protección.

Un seto bien diseñado, compuesto por una mezcla de arbustos y árboles nativos, actúa como un regulador del microclima. Sus hojas transpiran en verano, enfriando el aire circundante, y su estructura porosa frena el viento sin crear remolinos dañinos. Además, funciona como un filtro biológico, absorbiendo CO2 y capturando partículas de contaminación. Pero su mayor valor es ser un corredor de biodiversidad. Ofrece refugio, zonas de anidación y alimento para aves, insectos polinizadores y otros animales beneficiosos que ayudarán a mantener a raya las plagas de forma natural.

La siguiente tabla compara las diferencias funcionales entre ambas opciones, dejando claro por qué un seto vivo es una inversión en la resiliencia y salud de tu jardín.

Comparativa funcional: Seto autóctono vs. Muro de hormigón
Característica Seto autóctono Muro hormigón
Reducción temperatura verano Hasta 5°C Acumula calor
Protección viento Frena sin turbulencias Crea remolinos
Filtro contaminación Absorbe CO2 y partículas Ninguno
Refugio biodiversidad Aves, insectos beneficiosos Ninguno
Producción recursos Frutos, aromáticas Ninguno
Mantenimiento anual Poda 1-2 veces Pintura cada 3-5 años

Crear un seto biodiverso no es simplemente plantar una fila de la misma especie. La clave está en la variedad: combinar especies de diferentes alturas, con distintos periodos de floración y fructificación, para ofrecer recursos durante todo el año. Intercalar plantas aromáticas como el romero o la lavanda no solo añade belleza y fragancia, sino que atrae a una mayor diversidad de polinizadores.

Plan de acción: Selección de especies para un seto biodiverso en España

  1. Clima mediterráneo: Combinar Lentisco (Pistacia lentiscus) por su follaje perenne, Madroño (Arbutus unedo) por sus frutos invernales para las aves, y Mirto (Myrtus communis) por sus flores aromáticas.
  2. Clima atlántico: Usar Acebo (Ilex aquifolium) como estructura perenne, Espino albar (Crataegus monogyna) por sus flores y frutos, y Saúco (Sambucus nigra), que es un imán para la vida silvestre.
  3. Clima continental: Plantar Endrino (Prunus spinosa) para los primeros polinizadores, Majuelo (Crataegus monogyna) por su resistencia, y Rosal silvestre (Rosa canina) por sus escaramujos ricos en vitamina C.
  4. Zonas costeras: Optar por Taray (Tamarix gallica) por su tolerancia a la salinidad, Alheña (Ligustrum vulgare) y Pitosporo (Pittosporum tobira) como base estructural.
  5. Potenciar la biodiversidad: En la base de cualquier seto, intercalar plantas aromáticas como romero, lavanda o salvia para atraer una gama aún más amplia de insectos beneficiosos.

El fallo de retirar toda la hojarasca en otoño privando al suelo de su manta protectora y abono

La llegada del otoño en la jardinería tradicional es sinónimo de rastrillos, sopladores y bolsas de basura llenas de hojas. La obsesión por un césped y unos parterres «limpios» nos lleva a cometer uno de los mayores errores ecológicos: robarle al suelo su alimento y su protección invernal. La hojarasca no es basura; es la manta natural que el ecosistema crea para protegerse del frío y la erosión, y es la principal fuente de auto-fertilización para el año siguiente. Retirarla es como quitarle el edredón y la cena a la vida del suelo en la época más vulnerable.

Cuando las hojas caen y se descomponen, inician un proceso vital. Crean una capa aislante que protege las raíces de las heladas y mantiene una temperatura más estable. Esta «manta» también amortigua el impacto de las lluvias torrenciales, previniendo la erosión y la compactación del suelo. A medida que se descomponen por la acción de hongos, bacterias y pequeños invertebrados, se transforman en un humus de alta calidad, rico en nutrientes y materia orgánica, que mejora la estructura del suelo, su capacidad de retención de agua y su fertilidad general. Este proceso es, literalmente, la fabricación de «oro negro» de forma gratuita.

Dejar la hojarasca en su sitio, o al menos amontonarla en los parterres y bajo los árboles y arbustos, es también crucial para la biodiversidad. Esta capa es el hogar y refugio invernal para una miríada de seres vivos, incluyendo mariquitas, escarabajos beneficiosos y las crisálidas de muchas mariposas y polillas. Al retirarla, no solo eliminamos el abono, sino que diezmamos las poblaciones de los futuros guardianes de nuestro jardín.

La hojarasca es el proceso natural de auto-fertilización del bosque. Al replicarlo, se está creando ‘oro negro’ (mantillo de calidad) de forma gratuita, cerrando el ciclo de nutrientes en el propio jardín.

– Antonio Cano Pérez, Coautor del libro ‘El jardín del Siglo XXI’

La única excepción podría ser sobre el césped, donde una capa muy gruesa podría asfixiarlo. En ese caso, la solución no es tirarlas, sino pasarlas por la cortadora de césped para triturarlas y que se descompongan más rápido, o simplemente rastrillarlas hacia los parterres. Abrazar la hojarasca es un paso simple pero poderoso hacia un jardín más sano, resiliente y menos dependiente de nuestra intervención.

¿Cuándo intervenir y cuándo dejar que la naturaleza resuelva un desequilibrio por sí misma?

Uno de los mayores desafíos para el jardinero regenerativo es aprender a dar un paso atrás. Nuestro instinto, al ver las primeras hojas mordidas o una colonia de pulgones, es intervenir inmediatamente. Sin embargo, en un ecosistema que busca el equilibrio, una «plaga» no es un enemigo a aniquilar, sino una señal y, sobre todo, una fuente de alimento. La aparición de herbívoros es el primer paso para que lleguen sus depredadores. Si eliminamos la comida (los pulgones), los cocineros (las mariquitas, sírfidos y crisopas) nunca aparecerán, y nos condenaremos a ser los únicos y perpetuos controladores de plagas.

El concepto clave aquí es el equilibrio depredador-presa. La naturaleza no funciona con erradicaciones, sino con ciclos. Una población de pulgones atrae a las mariquitas, que ponen sus huevos. Las larvas de mariquita, increíblemente voraces, eclosionan y comienzan a devorar los pulgones. Si aplicamos un insecticida (incluso uno ecológico) al primer signo de pulgón, matamos tanto a la plaga como a los depredadores que ya estaban en camino, rompiendo el ciclo y asegurando un futuro rebrote aún más fuerte de la plaga, ahora sin enemigos naturales.

Mariquita cazando pulgones en planta con equilibrio natural del ecosistema

La pregunta no es si intervenir, sino cuándo. Una buena regla es la de la paciencia activa. En lugar de correr a por el pulverizador, dedica tiempo a observar. ¿Ves ya algún depredador? ¿Hay larvas de sírfido (pequeños gusanos verdes o marrones) entre los pulgones? ¿Hay puestas de huevos de mariquita (pequeños grupos de huevos amarillos)? Si la planta es joven o está muy estresada, una intervención manual (un chorro de agua jabonosa) puede ser necesaria para darle un respiro. Pero en plantas establecidas, a menudo la mejor estrategia es esperar.

La regla de los 15 días en acción

La ingeniera agrónoma Verónica Blackburn documentó un experimento revelador en su jardín: al detectar una infestación de pulgones en sus rosales, decidió esperar 15 días sin aplicar ningún tratamiento. Al séptimo día, observó las primeras larvas de sírfidos. Hacia el día doce, llegaron las mariquitas adultas. Para el día quince, la población de pulgones estaba completamente bajo control por la acción de sus depredadores naturales. Este método, que ella llama «la regla de los 15 días», enseña el valor de la paciencia y la confianza en los ciclos del ecosistema.

Aprender a tolerar un cierto nivel de «daño» es fundamental. Unas pocas hojas mordidas no matarán a una planta sana, pero sí alimentarán a la fauna que la protegerá de problemas mayores. La intervención solo se justifica cuando un desequilibrio es tan grande que amenaza la supervivencia de una planta, pero nunca como primera reacción.

¿Cuándo aportar compost o humus de lombriz para fortalecer las defensas naturales de tus plantas?

En un jardín regenerativo, el compost y el humus de lombriz no se consideran «fertilizantes» en el sentido tradicional, sino «probióticos» para el suelo. Su función principal no es aportar una dosis masiva de NPK (Nitrógeno, Fósforo, Potasio), sino inocular el suelo con una diversidad y cantidad abrumadora de vida microbiana beneficiosa. Un buen humus de lombriz puede contener hasta 2 billones de microorganismos vivos por gramo, incluyendo bacterias, hongos, protozoos y nematodos que revitalizan el ecosistema subterráneo.

Estos microorganismos son los que realmente ponen los nutrientes a disposición de las plantas, mejoran la estructura del suelo y, lo más importante, fortalecen el «sistema inmunitario» de las plantas. Crean una barrera protectora alrededor de las raíces (la rizosfera) que impide la proliferación de patógenos. Además, activan en las plantas mecanismos de defensa naturales (Resistencia Sistémica Adquirida) que las hacen menos apetecibles para las plagas. Por lo tanto, el momento de aportar compost o humus no es tanto para «alimentar», sino para fortalecer y prevenir.

La aplicación debe ser estratégica y acompasada con los ritmos del jardín y el clima español. No se trata de echar grandes cantidades de una vez, sino de realizar aportes puntuales en momentos clave:

  • Principios de otoño (septiembre-octubre): Es quizás el momento más importante. Un ligero aporte superficial de compost o humus con las primeras lluvias reactiva la vida microbiana del suelo después del estrés del verano y lo prepara para el invierno.
  • Finales de primavera (mayo-junio): Aplicar una capa de compost maduro como mantillo ayuda a aumentar la retención de agua de cara a los meses más secos y calurosos, reduciendo el estrés hídrico.
  • Al realizar trasplantes: Mezclar una pequeña cantidad de humus sólido (unos 300g) directamente en el hoyo de plantación asegura que la nueva planta establezca una simbiosis microbiana saludable desde el primer día.
  • En plantas estresadas o enfermas: Un «té de compost» o humus líquido aplicado foliarmente o en el riego actúa como una «medicina probiótica» de efecto rápido, ayudando a la planta a recuperarse.

En lugar de seguir un calendario rígido, la mejor guía es la observación. ¿El suelo se ve compacto y sin vida? ¿Las plantas parecen débiles o son atacadas recurrentemente? Un aporte de materia orgánica viva es la mejor respuesta, mucho más efectiva a largo plazo que cualquier solución química.

¿Cuándo tolerar agujeros en las hojas sabiendo que son alimento de mariposas locales protegidas?

La estética perfeccionista de la jardinería tradicional nos ha condicionado a ver cualquier hoja con agujeros o bordes mordisqueados como un fracaso. Sin embargo, en un jardín biodiverso, esas «imperfecciones» son a menudo una señal de éxito. Son la prueba de que nuestro jardín no es un desierto estéril, sino un ecosistema funcional que está proveyendo alimento. Muchos de esos agujeros son la firma de las orugas de mariposas y polillas, criaturas que en su fase adulta serán polinizadores cruciales y una fuente de maravilla. Tolerar ese «daño» es un acto consciente de conservación.

En España, muchas especies de mariposas dependen de plantas muy específicas, llamadas plantas nutricias, para que sus orugas puedan alimentarse. Sin esas plantas, el ciclo de vida de la mariposa se interrumpe. Por ejemplo, la espectacular mariposa Macaón (Papilio machaon) necesita hinojo, ruda o eneldo para sus orugas. Ver las hojas de nuestro hinojo devoradas no es una plaga, es la cuna de la próxima generación de Macaones. Del mismo modo, las ortigas, a menudo arrancadas sin piedad, son la planta nutricia para mariposas tan hermosas como la Vanesa de la ortiga (Aglais urticae) o el Pavo real (Aglais io).

Convertirse en un jardinero para la biodiversidad implica un cambio de perspectiva: de cultivar plantas a cultivar ecosistemas. El objetivo no es tener hojas perfectas, sino un jardín vibrante. La presencia de orugas y otros insectos herbívoros son bioindicadores de la salud ambiental. Según el Anuario de Biodiversidad de la Comunidad de Madrid, se han documentado 60 especies de mariposas en espacios protegidos del sur de Madrid, un potencial que nuestros jardines pueden ayudar a sostener.

Caso práctico: El jardín de mariposas de Cornellà (Barcelona)

En Cornellà, CREAM Estudio diseñó un jardín público centrado en atraer mariposas. Se plantaron especies nutricias y nectaríferas autóctonas con floración escalonada. El resultado fue la transformación de un espacio urbano en un bullicioso ecosistema. Los «daños» en las hojas de los hinojos se convirtieron en un motivo de celebración para los vecinos, que ahora disfrutan observando las orugas de la mariposa Macaón, sabiendo que son un indicador de la excelente calidad ambiental del parque.

La clave es saber distinguir entre un ataque que pone en peligro la vida de una planta y la actividad normal de un ecosistema sano. Si una planta joven está siendo diezmada, se puede trasladar manualmente algunas orugas a otra planta más grande de la misma especie. Pero en la mayoría de los casos, la planta se recuperará, y el «sacrificio» de unas pocas hojas habrá contribuido a la belleza y salud de todo el jardín.

A recordar

  • La salud del jardín depende de la vida invisible del suelo; alimentar a los microorganismos con materia orgánica es más eficaz que usar fertilizantes químicos.
  • Un jardín biodiverso se autorregula: las «plagas» atraen a sus depredadores y el «desorden» (hojarasca, hierbas) es la fuente de fertilidad y resiliencia.
  • El rol del jardinero regenerativo es observar y facilitar los ciclos naturales, interviniendo mínimamente y aceptando la imperfección como señal de un ecosistema sano.

¿Cómo combatir las plagas del jardín en España sin usar químicos y fomentando el equilibrio natural?

La respuesta más radical y efectiva a la pregunta de cómo combatir plagas sin químicos es: no combatiéndolas directamente. La estrategia regenerativa se basa en la prevención y en la creación de un ecosistema tan robusto y diverso que las plagas nunca lleguen a ser un problema grave. Se trata de diseñar un jardín que se defienda solo. Esto se logra a través de un enfoque holístico que combina todas las tácticas que hemos visto: un suelo vivo, plantas sanas y una comunidad próspera de depredadores naturales.

La herramienta más poderosa para atraer a estos aliados es la creación de hábitats. Un hotel de insectos es un buen símbolo, pero el mejor hotel de insectos es el propio jardín. Setos vivos, praderas de flores silvestres, montones de leña o piedras y, por supuesto, la capa de hojarasca, ofrecen refugio y zonas de cría para una legión de ayudantes: mariquitas, crisopas, sírfidos, arañas, y avispas parasitoides. Plantar una diversidad de flores, especialmente de las familias de las umbelíferas (hinojo, eneldo) y las compuestas (margaritas, manzanillas), proporciona néctar y polen que alimentan a los adultos de estos insectos beneficiosos.

Hotel de insectos con materiales naturales locales integrado en jardín mediterráneo

Incluso los espacios urbanos pueden transformarse en focos de biodiversidad. Un proyecto en Valencia ha demostrado cómo un solar abandonado puede convertirse en un próspero refugio para polinizadores. Se creó un prado de más de 750 m² plantando romero, lavanda, manzanilla y amapolas silvestres. Este tipo de actuaciones, replicables a cualquier escala, son la base para el control biológico de plagas, creando un ejército de aliados que trabajan gratis 24/7.

Cuando la intervención es inevitable, siempre se debe optar por métodos mecánicos o biológicos selectivos: retirar pulgones con un chorro de agua, aplicar aceite de Neem que actúa como repelente sin matar a los depredadores, o usar Bacillus thuringiensis para orugas específicas si la infestación es severa. Pero estas deben ser siempre el último recurso, no el primero. El verdadero éxito no se mide por la ausencia de plagas, sino por la presencia vibrante de un equilibrio ecológico donde cada criatura tiene su lugar y su función.

Para poner en práctica estos principios, el primer paso es cambiar la forma en que ves tu jardín. Comienza hoy mismo a observar las interacciones, a identificar a los pequeños habitantes y a valorar cada hoja caída como un regalo para tu suelo. La transformación hacia un refugio de biodiversidad empieza con un simple cambio de perspectiva.

Preguntas frecuentes sobre cómo fomentar un equilibrio natural en el jardín

¿Qué materiales locales puedo usar para construir un hotel de insectos?

Puedes usar cañas de bambú, piñas, ladrillos viejos o con agujeros, pequeños troncos con perforaciones, paja, corteza de árbol, ramas secas y tejas rotas. La clave es utilizar materiales naturales, sin tratar con químicos, para ofrecer una variedad de cavidades y texturas.

¿Dónde debo colocar el hotel de insectos?

La ubicación es crucial. Oriéntalo hacia el sur o sudeste para que reciba el sol de la mañana, que es vital para los insectos. Debe estar protegido del viento dominante y la lluvia directa, elevado del suelo unos centímetros para evitar la humedad, y, muy importante, cerca de plantas con flores que sirvan de alimento.

¿Qué beneficios aportan los insectos que se hospedan?

Los huéspedes de tu hotel son tus mejores empleados. Las abejas solitarias son polinizadores extremadamente eficientes. Las mariquitas y las crisopas son depredadores voraces de pulgones y ácaros. Y ciertos tipos de escarabajos ayudan a descomponer la materia orgánica, contribuyendo a la salud y fertilidad de tu suelo.

Escrito por Lucía Domínguez, Arquitecta Paisajista colegiada especializada en xerojardinería y diseño de jardines sostenibles. Cuenta con 14 años diseñando espacios exteriores resilientes al cambio climático en el sur de Europa.